Caminos de cooperación
Por Alejandro López Carmona
@alejolo77
Hoy más que nunca el sentimiento de humanidad como un todo se hace presente. Sin distinción de clase, género o nacionalidad, nos encontramos ante el riesgo de contraer el virus y morir. No soy ingenuo y por supuesto que es necesario reconocer que hay grupos más vulnerables que otros y que esa vulnerabilidad ha estado históricamente ahí, que no es producto de la pandemia, sino que es producto de las condiciones sociales que en las últimas décadas han profundizado las políticas neoliberales con las cuales el Estado ha reducido su tamaño en términos de bienestar y atención mínima para construir unas condiciones de vida digna para las poblaciones.
Ahora bien, la pandemia y en especial la necesidad del confinamiento a la que nos hemos visto sometidos, sí ha profundizado la vulnerabilidad de estos grupo y además la ha visibilizado de manera dramática.
Hace unos días Boaventura de Sousa Santos se refería a ella como la vulnerabilidad especial del sur, sur que no es una ubicación geográfica –únicamente- sino una condición sociopolítica y cultural, que referenciada en tiempos del capitalismo neoliberal se expresa como metáfora de condiciones extremas de dolor, sufrimiento e injusticia, provocada por la tendencia a acumular riqueza en unos pocos y miseria en una gran cantidad de la población.
Estos grupos en los que se ve incrementada la vulnerabilidad, son entre otros: las mujeres, que componen en parte mayoritaria el personal de salud que atiende y se ocupan del cuidado, no solo de los afectados por el virus, sino también de otros grupos vulnerables; los trabajadores y trabajadoras precarizados e informalizados, que, por decir lo menos, se han quedado sin sus pocas fuentes de ingresos de unos recursos de por sí ya limitados, y que en esta situación están pasando hambre y altísimas necesidades.
Otras personas como los ancianos y ancianas que por su edad se han visto más afectados por el virus, pero que además en tanto han dejado su vida productiva el capitalismo los margina y excluye a no ser que tengan alto poder adquisitivo lo que los hace -¿hacía?- altamente atractivos como agentes de consumo. Los habitantes de barrios periféricos y marginados en los cuales la presencia del Estado a duras penas se siente a través de su estructura represiva y violatoria de derechos humanos; así mismo encontramos los presos y sus condiciones indignas y de hacinamiento, a los sin techo y su imposibilidad de confinamiento por obvias razones. Por otra parte, de manera dramática emerge la situación del personal de la salud y sus indignas condiciones de trabajo actuales: salarios precarios, falta de dotación y, la cereza del pastel, mientras se ha vuelto un ritual el aplauso para alentarlos, a la par brotan gestos de marginación y exclusión, de mal trato y agresión. En fin, esta lista es larga y podría continuar.
Sin embargo y como contraste de ella, hemos visto emerger también iniciativas de cooperación entre las comunidades buscando protegerse, minimizar la vulnerabilidad, compartir lo poco que se tiene para multiplicar la esperanza y mitigar el sufrimiento. Se hacen canastas colectivas, colectas solidarias, se disponen mesas de intercambio para que quien necesite tome y quien pueda dar deje de manera desinteresada, las redes de vecinos se han activado, ahora consumimos de manera más consiente preguntándonos a quién y qué es lo que compramos, el consumo local se ve y se requiere como una alternativa real, esto nos lleva a pensar que encontrar nuevas formas de construcción y relacionamiento, son necesarias.
Ahora bien, estos pequeños esfuerzos e iniciativas que han emergido, deben ser sostenidos en el tiempo, debemos pasar de prácticas temporales y contingentes a incorporarlas en nuestra cotidianidad y hacerlas estructurales. En este orden de ideas, se deben implementar medidas de dimensiones similares desde la institucionalidad pública, medidas que permitan la redistribución de la riqueza, hoy altamente concentrada y destinada a lujos y prácticas espurias. Esta riqueza producida colectivamente debe irrigar a toda la población y se debe hacer a través de instituciones fuertes que defiendan y promuevan los derechos fundamentales de toda la población. El camino es la cooperación, el vehículo los derechos, el puerto la equidad.