¿Un buen alimento? es preferir los productos del campo colombiano
Imagina por un momento un buen plato de comida en la mesa, como un ajiaco o una bandeja paisa, un tamal o una mojarra frita con patacones, o algo más sencillo de preparar como un huevo con arroz, papita salada, ensalada de tomate con cebolla cabezona, lechuga crespa y limón... ¿Suena delicioso, no crees? y antes del primer bocado preguntarse, quiénes hacen posible que a través de su amor por la tierra, el conocimiento en el cultivo, su trabajo e identidad campesina, logran que con su trabajo cada día podamos tener alimentos en nuestra mesa.
Ahora en estos tiempos de pandemia, se vuelve pertinente hacerse la pregunta en relación a nuestros vínculos con la alimentación. Sin duda el virus del Covid 19, reveló la necesidad de repensar la relación entre el alimento, la salud humana y el campo colombiano; porque este modo de desarrollo capitalista, altamente consumista y de agricultura industrial demuestra la fragilidad y vulnerabilidad socio ecológica de nuestro mundo.
“Debemos replantear la relación sociedad-naturaleza-territorio: esta relación con la tierra, en el caso de la agricultura, la cultura de la tierra fue la base de las grandes civilizaciones de nuestra América, es necesario considerar la importancia de defender, de recuperar los suelos vivos, de trabajar por una tierra libre de agrotóxicos, libre de transgénicos y para eso es fundamental avanzar en una agenda que proteja nuestra agrobiodiversidad”, expresó Ati Quigua, mujer indígena perteneciente al pueblo Arahuaco y Concejala de Bogotá.
Y es que aunque no hay datos consolidados oficiales sobre las cosechas que se están perdiendo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) realizó una encuesta en la cual unos 1.086 productores del país revelan que el 87 por ciento de ellos han tenido dificultades con sus cosechas. El sondeo fue realizado en 20 departamentos del país en el mes de abril del 2020.
Entre las afectaciones manifestadas por los productores, indicó la FAO, está el aumento del precio de los agro insumos, con casos críticos en Córdoba, Boyacá y Tolima. Le siguen en importancia los problemas de transporte para sacar los productos a la venta y eventos climáticos como sequías y vendavales, que dañan las cosechas o impiden la siembra de nuevos cultivos.
Precisamente, las maneras de articular la ciudad y el campo, o el productor y el consumidor son a través del consumo. En este sentido, Julián Cortés, Magíster en Desarrollo e Innovación Rural y uno de los ganadores del Premio Jorge Bernal para la investigación social, nos cuenta que “apoyar a los campesinos comprando los productos que ellos producen, ya sea directamente o a través de las plazas de mercado tradicionales es la mejor opción para el campo colombiano; debemos tratar de ir a las plazas de mercado más que a las grandes superficies, es sin lugar a dudas, la mejor forma de apoyar la economía campesina”
Ante las dificultades, soluciones agroecológicas
La agroecología puede ayudar a explorar los vínculos entre la agricultura y la salud, demostrando que la forma en que se practica la agricultura puede impactar la salud y reestablecer nuestros vínculos con el campo.
El 94% del territorio del país es rural y menos de un 8% se dedica a la agricultura, según la Encuesta de Cultura Política sobre el Campesinado en Colombia realizada en el 2018 por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE). Y de esa agricultura, un porcentaje muy minoritario es dedicado a la agroecología porque el modelo imperante son los monocultivos y la siembra con agrotóxicos para acelerar la producción.
Sin embargo, gracias personas como Esperanza Cortés, campesina de Tuta, Boyacá y gestora de la Fundación San Isidro, trabajan por fomentar la agroecología, el patrimonio cultural con la custodia de semillas nativas que buscan preservar nuestra salud y la soberanía alimentaria. Sembrar y custodiar semillas como la chirimoya, anón, badea, chontaduro, madroño, níspero papayuela, poma rosa, lima dulce, granada, guama, pepino de agua, motilón, chacha fruto, piñuela, la granadilla, quinua, ruibarbo, sábila, perejil, ibias, apio, pepino para guiso, espárragos, zanahoria…son cultivos y semillas patrimoniales que tanto personas como organizaciones sociales, campesinas, indígenas y afrodescendientes preservan como herencia cultural y ancestral en nuestros territorios.
Cuando nos preguntamos por el alimento y nuestra salud, Esperanza Cortés nos invita a reflexionar: “Todos deberíamos preguntarnos ¿de dónde viene la comida? Nos convendría aprender a valorar y amar el territorio, nuestros cultivos, como sociedad deberíamos dejar de elegir tanta comida chatarra y se prefirieran los alimentos saludables, y que desde pequeños nos enseñen a sembrar, por ejemplo, cómo cuidar una huerta y promover la comercialización de alimentos agroecológicos”
Tener de manera sustentable, consciente, y saludable un buen alimento proveniente de una producción agroecológica y siembra campesina es posible. Como sociedad, podemos apostarle a una economía campesina para construir un equilibrio justo entre los productores y consumidores hacia la senda de unas relaciones equilibradas entre el alimento, la salud y el campo colombiano.
¿Cómo participamos nosotros, los que no sembramos, en escoger alimentos sustentables y ecológicos en nuestras mesas? ¿Cómo ayudamos a nuestros campesinos y campesinas? Tal vez el primer paso sea cuestionar nuestros hábitos de consumo y priorizar una relación comercial más justa entre agricultores y consumidores.